Durante mi proceso como estudiante en educación básica y media
estuve un colegio de mujeres, donde pude vivir experiencias
positivas como que en la clase de tecnología se nos enseñaran
contenidos y habilidades para la vida cotidiana, independiente de
ser mujeres, así, por ejemplo, pudimos aprender a manejar
utensilios y herramientas para trabajar la madera, diseñar
objetos, trabajar con cables y electricidad, entre otros. No
obstante, también nos tocó lidiar con restricciones como no poder
jugar “fútbol” en los recreos porque éramos niñas.
Ya en mi ejercicio docente en la escuela donde trabajo me ha
tocado, por ejemplo, escuchar comentarios referentes a la forma
de vestir de las niñas (lo que, según algunas docentes, está mal
porque las expone mucho, como si los peligros fueran culpa de las
niñas y no del contexto y como si la solución fuera prohibirles
en vez de educar para ir eliminando dichos peligros). Igualmente
fui testigo de cómo un grupo de estudiantes debió organizarse
para poder tener un taller de futsal femenino, sin lograrlo
(siendo que el de hombres se da siempre, sin excepciones).
Al escuchar la entrevista
de la académica me hace mucho sentido lo que dice con respecto a
la importancia del lenguaje y las interacciones al interior de la
escuela, pues aunque este es un lugar que debiera promover la
educación en todo ámbito, muchas veces se prefiere formar desde
la prohibición y el castigo, quitando espacio a la comprensión e
inclusión de las diversidades y, quizás muchas veces sin quererlo
o saberlo, ampliando el terreno para que se sigan perpetuando las
diferencias, la violencia de género, entre otros.