Desde mi experiencia escolar y como docente en formación de Pedagogía General Básica, tengo recuerdos claros de situaciones sexistas en el área educativa. Primeramente, en mi experiencia como estudiante, recuerdo que tanto en enseñanza media como en básica, se destacaba el quehacer masculino ante que el femenino respecto a las posibles actividades que cada uno de ellos podían hacer en la escuela, por ejemplo, destacar que los estudiantes masculinos podían desempeñarse destacadamente en las actividades físicas, como es el fútbol, atletismo u otro tipo de deporte; en cambio las mujeres debían restringirse a realizar actividades ligadas al cuidado femenino, hogareñas, ya sea cocinar, o deportes como la gimnasia. Asimismo, había una predominancia dentro de la sala de clases de que los estudiantes masculinos sobre su intelecto sobresalían sobre las mujeres, lo que se reflejaba en el número de preguntas dirigidas a ellos, las asignaturas en que se priorizaba su opinión, entre otros.  Lo que a su vez se complementaba con el lenguaje ocupado.

Por otra parte, esto también lo vi reflejado en las prácticas como docente en formación de las cuales he participado, en que en los ambientes escolares se tiende a habituar con un lenguaje no inclusivo con cada uno de las y los estudiantes. Además de que es habitual trabajar con material en que existe una distinción de género muy predominante y significativa para las personas en formación. 

Con respecto a la interacción entre la comunidad educativa, en las prácticas pude observar que existía en mi sala de clases una predominancia de darle mayor significación a los estudiantes masculinos que a las femeninas, tanto en el número de veces que se les preguntaba, la forma en que se les preguntaba y cómo estas eran abarcadas dentro de la clase. Muchas veces se destacaba más la participación de estos que de estas, o se explicitaba que estos tenían que participar en ciertas asignaturas, como matemáticas y ciencias naturales.