En primer lugar, las mujeres pueden tener un rol particularmente importante en procesos de construcción de paz debido a que los roles sociales de género, derivados de siglos de culturas que entendían el rol de las mujeres como uno de reproducción y cuidado les brindan perspectivas distintas que pueden beneficiar la búsqueda de soluciones.

En casos como ha sucedido en Latinoamérica, en que la violencia y el conflicto se vuelven rasgos estructurales, esta perspectiva puede ayudar a cuestionar y retar el status quo.

También se puede hablar sobre la forma en que la disciplina de las relaciones internacionales se vio formada en sus inicios en su mayor parte por hombres blancos, haciendo que se tome esa figura del hombre blanco como referencia para establecer las definiciones de conceptos como “seguridad”. Es hasta relativamente tiempos recientes que los aportes de las mujeres a la disciplina han dejado de ser invisibilizados por una lógica patriarcal (o por lo menos en una menor medida, o de forma menos explícita), permitiendo que surjan nuevas definiciones, así permitiendo crear una mejor paz y una mejor seguridad, que ponga la vida de las personas —todas las personas— al centro.

Esto es especialmente importante en la lógica que toman los conflictos modernos, cada vez victimizando más no-combatientes. A pesar de ha habido pasos para la incorporación de las mujeres a las fuerzas armadas, la población no-combatiente sigue identificándose con personas menores de edad y mujeres, constituyendo una población afectada desproporcionalmente. Al incorporar la perspectiva de las mujeres a los procesos de paz a través de su participación, se logra atender a un grupo que cada vez se victimiza más en los conflictos armados, pero al mismo tiempo evita que se les relegue a un rol de meramente víctimas, sino que se les reconoce la subjetividad que tienen como personas.