El principal argumento esgrimido en contra de la plurinacionalidad
es aquel que sostiene que los indígenas tendrán privilegios
y serán ciudadanos de primera clase en caso de aprobarse
la nueva constitución.
Esto es absurdo en más de un sentido, en primer lugar porque
reconocer a un pueblo o nación como sujeto de derechos colectivos,
no tiene ninguna relación con la superioridad que entrega cualquier
privilegio, pues los derechos tienen como fin último
salvaguardar la dignidad humana y la igualdad sustantiva; lo que
evidentemente es conceptualmente contradictorio con la idea de
privilegio. En segundo lugar, sostener dicho argumento
implica desconocer una realidad material sumamente adversa a los
pueblos indígenas, en materias como acceso a la vivienda, servicios
básicos, y por supuesto, a las altas esferas del poder político y
económico. En consecuencia, los derechos políticos y
sociales reconocidos a los pueblos indígenas no tienen como fin
transformarlos en ciudadanos de primera clase (un sin
sentido, por la realidad descrita previamente), sino
permitir que sean parte de nuestra sociedad como iguales,
entendiéndonos en nuestras diferencias.